Sumario: | Dedico este libro a los buenos profesores de literatura.Si son capaces de prolongar la afición por leer cumplida la servidumbre del calendario escolar, habrán obrado el milagro de convertir a unos oyentes pasivos en unos ciudadanos activos. Yo tuve varios profesores así, y gracias a ellos el verano fue siempre mejor y las tardes del resto del año un poco menos tristes.Uno se da cuenta más tarde: la lectura es tiempo ganado, y el placer que proporciona no pasa. Se queda, como la música de un verso en los labios, y, cosa rara, es un placer a la vez saludable y adictivo. Todos tenemos unos dioses domésticos a los que rendimos culto, y, en mi caso, la mayoría tienen el rostro y el olor de los libros.Los abro por una página cualquiera, y soy el lector que fui, y eso, no hace falta decir por qué (sólo hace falta contar las canas de cada uno), es fantástico.
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