Sumario: | Hace ciento sesenta años, Valencia era una ciudad menestral y levítica. Tenía una cintura, una muralla, que la protegía y la encerraba de su entorno agrario. Había banqueros particulares, financieros que aguardaban las mejores oportunidades. Había clérigos abundantes, cuyos trajes talares aireaba el vientecillo que soplaba de Levante. Había artesanos de esmerada tradición, dedicados principalmente a la sedería. Valencia era también la urbe de los dependientes y servidores, de los horteras que atendían en las tiendas de vara, la plaza del menudeo comercial y del gran tráfico, el mercado de los hortelanos. Y era, en fin, la capital de los funcionarios, de los empleados municipales y provinciales. El recinto amurallado y sus barrios extramuros sumaban más de cien mil habitantes.
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